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EXCERPT-FICTION
Más allá del río (Far beyond the river), a
short story from the collection entitled Nena, nena
de mi corazón (Beloved, Beloved of my Heart) appears
in the original Spanish text followed by the English
translation. The second link to the right of the book cover
image will take you directly to the selection in translation.
translated by Bradley Warren Davis
MÁS ALLÁ DEL RÍO
-Abuela, ¿falta mucho? -No. -¿Cuándo llegamos? -Cuando lleguemos. La abuela es de poco hablar. El sacro santísimo evangelio no le permite desbocarse en verborrea in púribus que no conduce a ninguna parte. Hay que medir las palabras, las acciones. Al nieto se le debe criar de la misma manera. En la vida, recuerda la abuela, nunca debe perderse el balance, la compostura. Es el problema de la humanidad medita la matriarca, el mundo anda perdiendo la oscilación de sus existencias. -¿Está muy lejos? -Depende. -¿De qué? -De si caminas rápido o no. El niño lo llevan al trote. Se le obliga a caminar como adulto, porque no se puede perder el tiempo. También la enseñaza de los intervalos se aprende de la abuela, el tiempo, el tiempo, hay que saber usar el tiempo. Cada minuto, cada segundo, tienen que ser ocupados juiciosamente. Es la vida, corta, breve, caprichosa, donde el tiempo es un engaño, un artificio sin treguas. -Abuela, ¿por qué llueve tanto? -Porque así lo quiere Dios. Los relámpagos pintan al cielo con sus deformaciones. A lo lejos las luces electrificadas penetran la superficie del río. Anuncian los truenos que suenan como estallidos de bombas. La lluvia cae con rabia, perforando el suelo con pequeños hoyuelos. Es lluvia fuerte, lluvia de temporal. El niño la observa como buscando una explicación. -¿Y las aguas van a dar al río? -A la tierra, a las plantas, a las piedras, a dar vida. El río es rico en piedras y ahora no se ven. El agua cubre el pedregal. El río crece con fuerza tornándose rojo, barroso. No es el riachuelo cristalino donde la abuela lava ropa. El agua se vuelve un torbellino que arrasa con el cieno. El río es un monstruo, un titán con muchos ojos, que se traga las orillas, se come el valle circundante, el río lleva mucha rabia por dentro. -No mires al río. ¿Me oyes? No mires al río. -¿Por qué? -Te engaña y te lleva con él. -¿Adónde? -Muy lejos. Al otro niño lo visten con cuidado y esmero. Va engalanado de blanco como un ángel. Aún puede llevar sus pantalones cortos y botines de infante porque no ha perdido su inocencia. El resplandor lumínico, la dulzura blanca se cubre con un impermeable negro y unas botas de hule color carbón, porque llueve y hay que caminar, y el pueblo espera al niño. -Abuela, me duelen los pies. -¿Por qué? -No sé. -Camina, camina y te dejarán de doler. El camino es largo y la lluvia no cesa. Se desprenden pedazos de tierra que el río se traga. Troncos, ramas y hojas van flotando corriente abajo. El camino es estrecho y abajo se ve el torbellino rabioso creciendo como queriendo alcanzar la vereda. El niño lo mira, lo examina. -No mires al río. No mires al río. -¿Por qué? -Te lo dije. ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir? Te engaña. La noche entra con sus garras de gata negra. La vereda se oscurece. El verde mojado de los bambúes se vuelve una cueva insondable de misterio. El río se pone bravo con el cielo pardo que se le viene encima. Solamente se ve una pequeña senda junto a un río enorme que se quiere desbordar. Se encienden las linternas para iluminar lo poco que se vislumbra del camino. -¿De dónde viene la noche? -¿Y por qué lo quieres saber? -Porque es triste y fea. -No siempre. La lluvia cae con fuerza. Los paraguas no resisten el resoplar del viento y se desdoblan como hojas de yagrumo. El camino se vuelve un lodazal. Salpica el barro sobre el hule negro. El niño piensa y medita sobre el viaje. -Y, ¿cómo es él? -Como tú. -¿Un niño? -Un niño. Simplemente un niño. La abuela es parca. Poco dice, poco pregunta. Su mundo es lineal y hasta la locura de un temporal ha de tener su fin. Su rectitud contempla los axiomas desde un plano elevado, distante. Al final de cuentas, para ella la vida te lleva a la muerte y la muerte a la vida. Son intercambiables. No hay porque preocuparse, los contrarios han de encontrar su balance. El niño insiste en sacar a la abuela de su brevedad. -¿Cuántos años tiene? -Como tú. -¿Ocho? -Eso mismo. Ocho. No, tal vez siete. A lo lejos se puede divisar un pequeño poblado con cuatro o cinco casuchas. Sólo una está iluminada. Del diminuto albergue entra y sale gente con caras extrañas, contorsionadas, como queriendo expresar un sentimiento que no se acaba de definir. El niño observa con detenimiento a la gente y al lugar. Intenta imaginarse la razón del agrupamiento. -¿Es allí, abuela? -Allí es. -¿Y la gente aglomerada? -Entenderás los hechos a su debido tiempo. -¿Y por qué se ven como pobres? -No pobres, humildes, te expliqué muchas veces la diferencia. Se van acercando a la barraca. La gente se aparta para dejar el camino libre, los dolientes tienen que entrar. Velas blancas, doradas alumbran el reducido aposento. La lluvia cae recio sobre el techo de zinc. Son golletazos que pretenden derribar lo que queda del bohío. El vendaval no cesa y el viento se cuela por las rendijas de la casa. Se siente el rugir del río como pregonando su presencia, su ineludible presencia. -¿Y los niños? Quiero jugar. -Primero ve a ver al niño. -¿Dónde está? -En el cuarto pequeño. Mentalmente se pone a contar sus pasos hasta llegar al cuartucho contiguo. En el aposento está el niño en el centro sobre una mesa cubierta de flores con los dedos entrelazados. Se pregunta si duerme en una primavera eterna. Velas blancas, doradas, iluminan su rostro. Le recuerda a uno de los ángeles en los libros de la abuela. -¿Por qué se fue? -Por mirar al río. El niño contempla al niño. Lo observa con extrañeza como intentando comprender el enigma que llaman la muerte. Lo mira, lo examina y no logra ver con claridad las rosas y los cirios. Su cuerpo tiembla, se estremece, pero no entiende, no comprende lo que siente. De repente, escucha el correteo, las risas, el bullicio. Comienza a contar sus pasos en retroceso como llamado por una fuerza superior a la presente, como buscando un escape. Sus pasos se aligeran buscando la salida de las flores, las velas, los inciensos. Corre, corre, corre, en busca de las voces que lo llaman al juego de la vida.
FAR BEYOND THE RIVER
-Nana, is it much farther? -No. -When will we get there? -When we get there. The grandmother is a woman of few words. The sacred, most holy gospel does not permit her to indulge in senseless, idle chatter, in púribus. You must weigh your words, your actions. Her grandson should be raised the same way. In life, the grandmother remembers, you should never lose your balance, your composure. That’s the problem with humanity, mused the matriarch; people keep losing the equilibrium of their existence. -Is it very far? -That depends. -On what? -On if you walk fast or not. They keep the boy moving at a trot, obliging him to walk at an adult gait, because there’s no time to waste. This too he learned from his grandmother: time, time, you must know how to use time. Each minute, each second, has to be put to use wisely. Life is short, brief, capricious, where time is a deception, an unrelenting ruse. -Grandmother, why is it raining so much? -Because God wants it to. The flashes of lightning paint the sky with their deformities. In the distance they appear to penetrate the surface of the river. They announce the claps of thunder that sound like exploding bombs. The rain comes down furiously, perforating the ground with small indentations. It’s a strong downpour, a tropical rainstorm. The boy observes it as if looking for an explanation. -And all of this will flow into the river? -To the earth, to the plants, to the rocks, to give life. The river has countless rocks, but none are visible now. The water covers everything. The river grows stronger turning murky red with clay. It is no longer the crystal clear stream where grandmother washes clothes. The water becomes a whirlpool that whisks everything away. The river is a monster, a titan with many eyes, that swallows everything, devours everything; the river harbors much anger inside. -Don’t look at the river. Do you hear me? Don’t look at the river. -Why? -It will deceive you and take you away. -Where? -Far, far away. The boy is carefully and meticulously dressed. All in white like an angel. Wearing short pants and children’s boots because he has not yet lost his innocence. All of this splendor, all of this white sweetness is covered by a black raincoat and coal-colored rubber boots, for it is raining - and one must walk - and everyone is waiting for the boy. -Nana, my feet hurt. -Why? -I don’t know. -Keep walking and your feet won’t hurt anymore. The journey is long and the rain unceasing. Mounds of earth become dislodged and the river swallows them up. Tree trunks, branches and leaves float downstream. The path is narrow and down below you can see the angry current rising as if wanting to reach the path. The boy watches it, examines it. -Don’t look at the river. Don’t look at the river. -Why? -I already told you. How many times do I have to repeat myself? It will trick you. The night enters with its black cat claws. Everything turns dark. The wet green bamboo forms an impenetrable mysterious cave. The river becomes furious as the black sky falls upon it. You can only see a small pathway beside an enormous river about to overflow. The lanterns are lit to illuminate what little that can be discerned along the trail. -Where does the night come from? -And why do you want to know? -Because it is sad and ugly. -Not always. A strong rain falls. The umbrellas can’t withstand the gusts of wind and turn inside out like yagrumo leaves. The path becomes a quagmire. Clay splatters on the black goulashes. The boy thinks and meditates on the journey. -And what is he like? -Like you. -A boy? -A boy. Simply a boy. The grandmother uses words sparingly. She says little, asks little. Her world is lineal and even the wild tropical storm must come to an end. Her rectitude contemplates everything from a more elevated, distant plane. In the end, for her, life leads to death and death to life. They are interchangeable. There is no need to worry; everything will find its balance. The boy insists on compelling his grandmother to abandon her brevity. -How old is he? -Like you. -Eight? -That’s right. Eight. No, maybe seven. In the distance a small cluster of two or three huts are just barely discernible. Only one is illuminated. From there, people enter and exit with strange, contorted faces as if wanting to convey something that they can’t quite define. The boy carefully observes the people and the dwelling. He tries to imagine the reason for the gathering. -Is it there, Nana? -That’s it. -And all those people? -You’ll see. -And why do they look so poor? -Not poor, humble, I already explained the difference to you. They continue nearing the hut. The people step aside to let them pass; others must enter to permit their access. White and gold candles light up the small abode. The rain falls hard on the zinc roof. It strikes like swords intent on destroying what is left of the structure. The strong gales are unrelenting and the wind whistles through the cracks of the house. You can feel the roar of the river proclaiming its presence, its unavoidable presence. -And the children? I want to play. -First go see the boy. -Where is he? -In the other room. Mentally he counts his steps until he reaches the tiny adjoining room. There is the boy on top of a table in the middle of the room, covered with flowers with his fingers intertwined. It appears that he sleeps in an eternal spring. White and gold candles illuminate his face. The boy reminds him of one of the angels in his grandmother’s books. -Why did he go? -For looking at the river. He contemplates the boy. He observes him with strangeness as if trying to understand this thing called death. He looks at the boy, examines him, unable to see beyond the roses and the candles. His body trembles and shakes, but he doesn’t understand; he does not totally comprehend what he feels. Suddenly, he hears the running, the laughter, the commotion. As if called to the present by a higher power, he starts to count his footsteps backwards, as if looking for some way to escape. His pace quickens seeking the exit from so many flowers and incense. He runs, runs, runs in search of the voices that call him to the game of life (Written by Benito Pastoriza Iyodo – Translated by Bradley Warren Davis) |
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